abril 23, 2010

Georges Washinton


Nació el 22 de febrero de 1.732 en Bridges Creek (Virginia), en el seno de una rica familia de origen inglés, establecida en América desde mediados del s. XVII. Huérfano a corta edad, amparado por su hermano Lawrence, recibió una educación elemental. Ya a los 14 años reveló interés por la carrera de las armas, si bien la presión materna le hizo desistir por lo pronto de sus propósitos. Con todo, su temperamento activo y su carácter inquieto le convirtieron en plena juventud, en uno de los pioneros en la exploración de las llanuras situadas más allá de los Apalaches, zona hostil y salvaje en la que tomó contacto con los problemas de la colonización del Oeste. La experiencia adquirida en estos territorios y su pasión por la milicia favorecieron que, cuando hacia 1750 se recrudecieron los choques armados entre colonos franceses e ingleses en la encrucijada del Ohio, Washington iniciara su brillante carrera militar a los 19 años, al ser nombrado comandante del distrito Sur de Virginia, con el título de ayudante general (1751).

La muerte de su hermano Lawrence (1752), que le hizo propietario de una sustanciosa fortuna, le permitió dedicarse de lleno al Ejército y, a partir de entonces, no sólo llevó a cabo una intensa labor de formación castrense, sino que también demostró sus excelentes cualidades en varias misiones encomendadas por el Gobierno de Virginia, como la toma a los franceses del Fuerte Necesidad (1754).

Declarada la guerra de los Siete Años, que para los colonos ingleses en América suponía la lucha por su expansión frente al predominio francés, Washington fue designado teniente coronel del regimiento de Virginia, a las órdenes del general Fry, y muerto éste se le elevó al rango de jefe supremo de las fuerzas virginianas; poco después, sus dotes de estratega le valieron ocupar un puesto en el Estado Mayor del general Braddock, quien mandaba las tropas regulares inglesas. La derrota de Monongahela (5 julio de 1756), donde desplegó un valor admirable, repercutió en el ánimo de Washington, hasta el extremo de que se retiró a su propiedad de Mount Vernon, decidido a renunciar a las actividades militares; pero, requerido con insistencia por el poder civil, accedió a incorporarse al servicio activo, de tal mánera que, durante tres años (1756 a 1758), desempeñó el mando del Ejército de Virginia. Al mismo tiempo, su prestigio y personalidad se consideraron valiosos para la gestión política y así, resultó electo miembro del Parlamento de Virginia en representación del condado de Frederic, cargo que ejerció 15 años (1756 a 1770).

Introducido en los círculos gubernativos de su colonia, al terminar la guerra (1763), conoció de modo directo los problemas derivados de la crisis nacida entre Inglaterra y sus súbditos americanos y desde su empleo parlamentario, se encuadró en la vanguardida de la oposición virginiana a la actitud de la metrópoli. Identificado con el pensamiento de la élite defensora de los derechos coloniales frente a las requisitorias británicas, Washington se incluyó entre la minoría autonomista que activó el proceso de la revolución americana, aunque abogó por la utilización de los cauces legales respaldados en la fuerza emanada de la unidad de todas las colonias, en un frente común de reivindicaciones. Bajo este criterio, representó a Virginia en los congresos de Filadelfia de 1774 y 1775, firmando la Declaración of rights and grievances. En este segundo congreso de Filadelfia, una vez rota la hostilidad entre ingleses y colonos en la batalla de Lexington, los aires autonomistas se tornaron en rebeldía hacia la metrópoli y en anhelos de independencia; allí nació el American Continental Army, del que se entregó el mando a Washington.

El estratega de la independencia. Destacado entre cualquier otra personalidad americana del comienzo del proceso independentista, Washington al aceptar la jefatura de las fuerzas armadas de las colonias sublevadas, quedó comprometido a llevar a la victoria la rebelión colonial. Su tarea no era fácil. Frente a un ejército adiestrado y bien equipado como el inglés, el suyo, compuesto por colonos poco disciplinados y mal avituallados, apenas tenía posibilidades de éxito. Sin embargo, responsabilizado con la confianza del Congreso y consciente de la trascendencia de sus acciones, Washington dirigió con acierto la empresa y obtuvo el triunfo.

George Washington se hizo cargo del poder ejecutivo norteamericano en la primavera de 1789. La función política de su elevada magistratura le obligó, en un primer momento y habida cuenta la difícil situación interna a raíz de la independencia, a materializar la arriesgada empresa de construir el aparato gubernativo que habría de coordinar y dirigir la administración del país. En este sentido, dio vida al Gobierno estadounidense, creando las Secretarías y encomendando la de Estado a Jefferson la de Guerra al general Knox, la de Justicia a Randolph y la del Tesoro a Hamilton, todos los cuales, bajo la autoridad de Washington conjuntaron el armazón administrativo que aun hoy rige los destinos de los Estados Unidos. Consumada esta obra, el siguiente objetivo de Washington consistió en edificar el dispositivo económico del Estado y declarar su solvencia, para garantizar su actuación tanto en el interior como en el exterior. Conforme a tales exigencias, aplicó una férrea política fiscal, a la par que se esforzó por relacionar lo más estrechamente posible a los grandes capitales con el Estado, procurando comprometerlos en la estabilidad nacional.

Igualmente, con objeto de proteger económicamente al Estado, creó el Bank of the United States, y al mismo tiempo, a fin de promover el desarrollo industrial, dictó medidas proteccionistas que le granjearon las simpatías del sector burgués.

No obstante, su política centralizadora, basada en el principio de que el Gobierno de la Unión poseía todos los derechos que la Constitución expresamente no le prohibía, motivó que, tras su reelección en 1792, Washington tuviera que enfrentarse a serios problemas. De una parte, la oposición al impuesto aplicado a la producción de aguardiente originó en el Oeste una sublevación, conocida con el nombre de Whisky Revolte, que lo obligó a recurrir a las tropas para imponer el orden (1794); de otra, los acontecimientos surgidos en Francia al radicalizarse la Revolución hicieron que el Gobierno presidido por él quedara escindido: Hamilton, partidario de defender los intereses comerciales entre los Estados Unidos e Inglaterra, se inclinó por la neutralidad ante el conflicto armado que asolaba a Europa; Jefferson, por el contrario, abogó por el apoyo estadounidense a la Francia revolucionaria y respaldó abiertamente las acciones partidistas del embajador francés Genet.

Washington presionado por ambas opiniones, se decidió por el criterio de Hamilton, procuró salvaguardar los compromisos americanos y exteriorizó sus inclinaciones probritánicas. En consecuencia, no sólo la amistad con Francia se debilitó, sino que Jefferson abandonó el Gobierno, pasó a la oposición y quebró la unidad ideológica americana, encabezando un grupo político opuesto, que con junto a quienes se declaraban perjudicados por las leyes fiscales ya los que veían en el centralismo del presidente un freno a la autonomía constitucional de los Estados. De este núcleo, llamado republicano, nació más adelante el partido demócrata.

Ciertamente, el ensombrecimiento de las relaciones con Francia (1793) marca el punto de partida del declive político de Washington. En efecto, pese a su capacidad como estadista, fue incapaz de impedir que los Estados Unidos conocieran también una crisis con Inglaterra, país que condicionado por la lucha en Europa, inició la confiscación de navíos en detrimento del comercio americano.

Washington, firme al neutralismo, intentó solucionar la crisis por la diplomacia y envió a Londres a John Jay, quien firmó con la antigua metrópoli el tratado que lleva su nombre (1794). Ahora bien, Jay no defendió con energía los intereses americanos y otorgó amplias concesiones a Inglaterra; de ahí que este acuerdo fuese el argumento determinante que acentuara la oposición interna contra Washington y que le indujera a no presentar su candidatura en las elecciones presidenciales de 1795. Mermado en su prestigio político, Washington una vez leído su mensaje de despedida (septiembre 1796), se apartó de la vida pública.

Pieza decisiva en la independencia del país, pudo comprobar cómo, bajo su mandato, los Estados Unidos habían formado una entidad político-económica con amplias perspectivas y cómo merced a sus dotes de organizador ya su neutralidad la joven nación americana consolidó los cimientos que le permitirían elevarse al nivel de gran potencia.

Washington, artífice de esta obra, regresó al servicio activo militar, ya anciano, cuando, con ocasión del estado de guerra no declarada con la Francia del Directorio, volvió a nombrársele comandante en jefe del Ejército (1798).

Considerado héroe nacional, Washington, el gran forjador de la independencia y del Estado, murío en Mount Vernon el 4 diciembre de 1799.

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