abril 29, 2010

EL APRENDIZAJE Y LA INTELIGENCIA EMOCIONAL


Entre los distintos factores que intervienen en los estudios y el aprendizaje, se encuentra el factor emocional, que puede obrar a favor del proceso educativo (equilibrio emocional) o en contra (desequilibrio emocional).
Como lo muestran las investigaciones científicas más recientes, aproximadamente un 50% de nuestros rasgos emocionales personales nos vienen de herencia genética, y el otro 50% proviene de nuestra crianza y de nuestras experiencias más tempranas de la infancia.
Con este conocimiento, y aceptando las naturales e inmodificables tendencias temperamentales que poseen nuestros hijos, podemos ayudarlos en cada una de las áreas de la Inteligencia Emocional:
1) En el autoconocimiento, detectando señales de ansiedad, nerviosismo o miedo, y previniendo problemas de relación (dentro y fuera de la familia) que pueden obstaculizar una determinada etapa de estudio.
2) En el control emocional, aprendiendo estrategias psico-físicas que permitan neutralizar los estados de ansiedad, los estallidos temperamentales o los estado de perturbaciones afectivas.
3) En la motivación, requisito fundamental del verdadero aprendizaje, aprendiendo a neutralizar y/o superar los estados de abulia, y la displicencia o la ausencia de interés y motivación en una materia.
4) En la empatía, aprendiendo a percibir y comprender los sentimientos y emociones de familiares, amigos y compañeros de estudio.
5) En las habilidades sociales, aprendiendo a establecer buenas relaciones con los profesores y los compañeros de escuela.
4. ¿Cómo influyen las expectativas de los padres y profesores en el rendimiento académico?
ESPERA LO MEJOR, Y LO OBTENDRÁS.
Más que cualquier respuesta teórica, conviene que se entere usted de dos experimentos sumamente reveladores acerca de las expectativas y sobre cómo éstas influyen en el rendimiento académico.
El pedagogo Ellis Page realizó un interesante estudio sobre el afecto. Dividió a su clase en tres grupos: A, B y C. A cada monografía que le presentaba el grupo A, le ponía sólo una calificación.
Al grupo B, Page le ponía la calificación y una palabra, por ejemplo: ‘bueno’, ‘excelente’, ‘buen trabajo’.
A los del grupo C le escribía unas líneas alusivas al texto: ‘Querido Johnny: Tienes una sintaxis espantosa, una gramática atroz, una ortografía espeluznante. Y tu puntuación es como la de Jaimito.¿Pero sabes una cosa ? Anoche, cuando estaba sentado en la cama conversando con mi mujer, le dije: “Ana, este muchacho ha expresado unas ideas bellísimas en esta monografía. Voy a tratar de ayudarlo a desarrollarlas”. Con afecto, tu profesor’. Y si alguien escribía algo muy bueno, le ponía: ‘Gracias. Tus ideas me resultan alucinantes, excelentes. Sigue así. Tengo muchas ganas de saber qué vas a decir luego’. Después, realizó una estadística.
El grupo A permaneció igual. El B no mejoró demasiado, pero en cambio el C creció y se desarrolló.
Otro experimento: un grupo de la Universidad de Harvard se presentó ante un grupo de profesores y le anticipa: ‘Ahora vamos a entrar en su clase y les daremos a los alumnos el Test de Harvard de los Esfuerzos Intelectuales. Con esta prueba determinaremos quiénes crecerán intelectualmente durante el año. Los seleccionaremos. Jamás fallan. Piensen qué gran ayuda será’.
Al terminar de recogerlas las arrojaron al cesto de los papeles furtivamente. Luego eligieron cinco nombres al azar, del listado, y le dijeron a la maestra: ‘Estos chicos van a adelantar notablemente este semestre: Juanita Rodríguez...’
‘Juanita Rodríguez no podía adelantar ni aunque se le propusiera’, los contradijo la maestra.
‘No importa. El Test de Harvard de los Esfuerzos Intelectuales jamás falla’, repusieron los personajes.
¿Y sabe qué sucedió? Todos los nombres que ellos seleccionaron mejoraron increíblemente, lo que demuestra que, la mayoría de las veces, uno obtiene lo que espera conseguir.
¡Este es el poder de la expectativa!

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