El fallecido David McClelland, uno de los primeros
teóricos de los factores impulsores de la motivación, es conocido esencialmente
por su modelo de motivación basado en las necesidades. Dicho modelo identifica
nuestras necesidades de poder, logro y afiliación como los tres ejes fundamentales de la motivación humana. Según su teoría,
todos estamos motivados, en grados distintos, por estas necesidades. En el
entorno de las organizaciones, la combinación de estas necesidades está
relacionada claramente con el estilo y el
comportamiento de un líder. McClelland afirma que, «[…] aunque las personas
con necesidad de poder (n-pow) se sienten
atraídas por el rol de liderazgo, es posible que
todas no posean la flexibilidad ni las habilidades necesarias para dirigir
personas». Existe una razón que lo explica: cuando la necesidad de poder es
extraordinariamente alta, el autocontrol emocional suele ser bajo.
Los líderes adictos al
poder son fáciles de detectar. Externamente, son enérgicos y mantienen una
actitud amablemente vigilante sobre sus empleados; interiormente, sin embargo,
esta apariencia es, a menudo, un juego de poder encubierto. La
forma de vivir de estos líderes es siempre en estado de
alerta y a la defensiva, en una serie de maniobras
competitivas. Llegados a cierto punto, empiezan a abusar de su poder y pueden
mostrarse verbalmente agresivos si sus opiniones son rechazadas o si perciben
la necesidad de poder de otras personas como una amenaza a su territorio. En el
peor de los casos, cuando estos líderes adictos al poder pierden los estribos
sin razón aparente, sus empleados empiezan a dudar de su estabilidad y
coherencia, y pierden la confianza en ellos. No resulta sorprendente, pues, que
en las organizaciones dirigidas por líderes adictos al poder abunden las
paranoias y los miedos. En el libro La quinta
disciplina, Peter M. Senge señala: «Por las razones que sea, no procuramos nuestro
desarrollo emocional con la misma intensidad con que procuramos nuestro desarrollo físico e intelectual. Es lamentable, porque el desarrollo
emocional ofrece la palanca más potente para alcanzar nuestro pleno potencial.»
Sin duda alguna, hay algo de verdad en ello.
¿Podría haber alguna forma de romper con este patrón?
Como coach ejecutiva, he
podido compartir las historias internas de muchos líderes adictos al poder, y
puedo asegurar que no son malas personas; en absoluto. La mayoría de ellos son
muy conscientes de su temperamento, pero se muestran escépticos con respecto a
cambiar algo que creen que está cimentado en su personalidad. Yo les digo que,
de hecho, los patrones pueden romperse
y adquirirse, que la pérdida del autocontrol
emocional es algo que puede evitarse y que la empatía puede adquirirse.
El ingrediente sagrado para el autocontrol
emocional es el autoconocimiento (sin el cual
resulta imposible aportar un sentido a la vida). Pero, para alcanzar el
autocontrol emocional, no basta el autoconocimiento. El control de las
emociones es, esencialmente, una cuestión de controlmental —lo cual no es nada
fácil, pero, con perseverancia y un buen método, cualquiera puede lograrlo. Hay
muchos métodos entre los cuales escoger. La meditación es quizás el más
conocido, pero no es la única forma, y puede que no sea útil para todos. Antes
de centrarnos en los métodos, sin embargo, veamos las nociones básicas sobre
cómo funcionan las emociones, desde una perspectiva neurológica.
El conocido modelo de Paul MacLean sobre el cerebro triúnico es una guía muy útil y práctica sobre
estos fundamentos básicos. En resumen, esta teoría señala que
el cerebro ha ido añadiendo capas a lo largo de la evolución, desde los
reptiles hasta el ser humano, y por eso tenemos, en realidad, tres cerebros, en lugar de uno, dispuestos en
capas, unas encima de otras, que corresponden a una fase evolutiva más avanzada
en nuestro desarrollo. El primer cerebro es el complejo-R o cerebro reptil, que controla las emociones más
primitivas, como la agresión, las jerarquías sociales, los rituales y la
territorialidad. El segundo es el sistema
límbico, que controla nuestras emociones de socialización, como la empatía, la
compasión, la consciencia de uno mismo y la consciencia de
grupo. Por último, el cerebro más nuevo y más complejo es el neocórtex, responsable de las funciones superiores, como el lenguaje, la visión,
el razonamiento y la inhibición de las emociones. Así pues, las emociones se
encuentran en todos los niveles. Con
respecto al autocontrol emocional, este se pierde (temporalmente) cuando, por
alguna razón, el neocórtex no logra inhibir las emociones. Como resultado de
ello, nuestra mente «salta al engranaje más bajo», es decir, al cerebro reptil,
que cobija las emociones menos elaboradas, más primitivas, como la agresividad,
la hostilidad y la territorialidad. Así pues, vemos que, esencialmente, el
control de nuestras emociones significa evitar «reducirnos» a nuestro cerebro
reptil. ¿Cómo podemos lograrlo?
Más arriba hemos mencionado que la meditación es el método más conocido para el
control mental, pero también existen otras formas. La clave es encontrar la
correcta para cada personalidad. Espero que, en la lista siguiente, encuentres
alguna que te sea de utilidad. He utilizado estos
métodos con un amplio espectro de personalidades: seguir el principio
de «no-reacción»; identificar «temas emocionales
personales muy sensibles» y desviarlos, si no es el
momento de hablar de ellos; confiar y delegar más en tu equipo; abstenerte de
pensamientos negativos; tener tiempo
libre para las cosas que te gustan; trabajar con un coach; cuidar tus
relaciones –especialmente con tu cónyuge, hijos y amistades; reírte; dar y recibir
afecto, y expresar gratitud.
Por supuesto, también puedes leer cientos de libros
y artículos excelentes relacionados con el tema.
La conclusión es que todos
tenemos un reptil rebelde que levanta la cabeza de vez en
cuando, pero la buena noticia es que también tenemos la capacidad de amansarlo.
Extractado de http://mba.americaeconomia.com/
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