octubre 12, 2010
La verdad nos hace libres...(Jn. 8, 32)
La verdad nos hace libres y la mentira nos convierte en esclavos, porque perdemos la percepción positiva y enaltecedora del que no tiene nada que ocultar ni de que ocultarse. Así como la verdad es una sola y representa eventos, sentimientos, situaciones ciertas y nacidas de la espontaneidad, la mentira tiene mil facetas, puede utilizar muchas caras y nace de sentimientos que no responden a la realidad de los hechos.
Al mentir, como se distorsiona o niega a plena conciencia la realidad, el ser interno que es la casa del espíritu, siente que esto es contrario a su propia esencia divina, e independiente de su actitud y apariencia externa, en su fuero más íntimo se siente culpable.
La culpabilidad perturba la espiritualidad, alimentando un sentimiento angustioso que se manifiesta en la inquietud de enfrentar o tener que lidiar con los eventos o hechos que son verdaderos y por tanto de una fuerza arrolladora.
La angustia al no sentirse conforme consigo mismo, no obstante que no es percibida en el exterior del individuo, tiene el grave problema que no se puede desterrar porque vive dentro de la persona misma, sin que exista otra solución que no sea la de corregir y… decir la verdad.
Para enmendar se requiere integridad y nobleza, pero como el que miente carece de esas virtudes, los sentimientos negativos internos, tocan su intelectualidad y terminan creándole estados neuróticos productores de estrés que, al final, afectan su salud integral.
La mentira es una violencia contra nuestra propia esencia y sagrada individualidad, porque involucra no actuar como nos corresponde… como deberíamos ser. Al mentir promovemos que nuestros hermanos nos juzguen y de tal manera transgredan el mandamiento de no juzgar.
La mentira voluntaria y a conciencia, distorsionando o enmascarando la realidad de los hechos, al engañar a los demás, nos engañamos a nosotros mismos y eso nos obstaculiza ser felices.
Los efectos de mentir suelen ser graves y acumulativos, especialmente para nosotros mismos al generar estados neuróticos de diversa índole.
En ese mundo interno, donde no podemos engañarnos, sentimos que somos menos nosotros mismos, traicionando principios fundamentales para el buen vivir.
El no poder mirar frente a frente a quienes mentimos, el estar siempre acomodando las actuaciones a la escena preparada de la mentira, nos hace sentirnos incapaces de afrontar la realidad y eso afecta gravemente nuestra autoestima.
La mentira juega en nuestra contra. Es factor perturbador de la necesaria salud mental y física, pero además logra que los demás pierdan su consideración, fe y confianza en nosotros.
La mentira es enfermedad soportable, pero es una patología que al producir efectos nocivos a los demás, también nos daña integralmente, por lo cual es anti-natural promoverla, porque no fuimos diseñados para la enfermedad sino para la salud, cual es una condición indispensable para ser… felices.
La mentira es contraria al amor, porque Dios es amor y verdad; como consecuencia, al mentir se transgrede esa fuerza intangible que une a la humanidad representada por el AMOR DE DIOS.
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