julio 06, 2011
Comienza la aventura
Estar recién casado es el comienzo de una aventura apasionante, puesto que ambos se comprometen un día a amarse para toda la vida a pesar de los pesares. A continuación, me detendré en distintos aspectos que considero relevantes en ésta etapa tan maravillosa de la vida.
Del amor soñado al amor vivido
De acuerdo a Gerardo Castillo (2002) es fundamental: pasar del “amor soñado al amor vivido”. En unas palabras, el amor soñado es el esperado, imaginado por los novios para cuando llegue la hora de contraer matrimonio. Lo deseable es que éste se estructure como un proyecto de vida conyugal. Un posible problema, es que el amor soñado no supere la fase de idealización. Es decir, uno de novio puede idealizar al otro. Pero si hay un amor maduro, los novios se amarán con sus virtudes y defectos, o sea tal cual son, y por lo tanto, la chica no verá a su novio como a un príncipe azul, ni él a ella como a una estrella de cine. Es decir, fulanita de tal ama a Juan Pérez, y no a un ser imaginario. Volviendo a lo dicho anteriormente, el amor maduro conduce a que la pareja de novios construyan durante su noviazgo un proyecto de vida conyugal. Éste debería tener las siguientes características: ser genérico, interesante y realista. Todo esto ayuda, a pasar del proyecto a la realidad y a que los novios recién casados no vivan en las nubes, como en una eterna luna de miel, sino con los pies bien pegados a la tierra, lo cual no significa que no haya romanticismo.
En otras palabras, es la etapa de ir plasmando, poquito a poco aquel proyecto de vida conyugal que hicieron con tanto cariño e ilusión. Al hablar de proyecto, no me refiero a algo que no tenga mejoría, o que sea inmodificable. Sino todo lo contrario, es recomendable que sea algo flexible, dinámico, que tenga ajustes periódicos. Lo fundamental es saber de antemano que la vida de recién casado no es de color rosa como lo pintan muchas novelas, por ello requiere desmitificarla. Por otra parte, no sólo se debe ir modificando el proyecto de vida conyugal, sino que también, es necesario que uno con esfuerzo vaya mejorando para hacer más feliz al otro cónyuge y que la convivencia no se convierta en un campo de batalla. En otras palabras, un cónyuge lucha por mejorar porque ama de verdad al otro y quiere lo mejor para él o ella. Ejemplo, uno podría pensar “como te quiero y sé que te gusta la música disco, prefiero cambiar de CD y no escuchar música clásica”. Esto es un ejemplo típico de ir cediendo por amor. Al hablar de ceder, no hay lugar para hablar de victimajes, o sea, “yo soy siempre la que veo las películas que a el/ella le gustan”, y lo peor, es cuando ésto uno se lo reprocha una y otra vez, como un disco rayado al otro cónyuge.
La clave escondida
Cuando uno se entrega al otro para siempre, lo que más quiere es que el otro sea muy feliz. Por ello es muy bueno pisar el yo, y ser generoso. Lo cual no significa que uno pierda la personalidad. A ver si me explico, si uno sabe que al cónyuge le gusta mucho como le queda a uno, una prenda x, o que recuerde los aniversarios; sabiendo que ésto le hace muy feliz, uno tratará de sorprenderlo/la con estas cosas. Por lo general, no son cosas grandes, extraordinarias, sino que se caracterizan por estar al alcance de la mano en la vida cotidiana, es decir, son aquellas que en apariencia no tienen sentido. En suma, son las que rompen la rutina y que mantiene el fuego encendido. El problema surge cuando las mismas se descuidan. Aquí comienza la rutina, las discusiones, el aburrimiento, la indiferencia, el no tener la ilusión de que llegue la hora de volver a casa, etc. Por eso, es muy bueno cuestionarse todos los días, ¿Hoy cómo voy a sorprender a mi esposo/a?. Quizás la respuesta sea muchas veces una llamada diciéndole cuanto se lo/la extraña, o un simple ¿cómo estás?, ¿cómo te lleva el trabajo?. Por cierto, cuántas veces le pregunto al otro cómo está. ¿Lo realizo con verdadero interés? o ¿De manera automática, como quien pregunta cómo está el tiempo?.
El corazón pide hacer deporte
De acuerdo a lo dicho se desprende, que el amor hay que mantenerlo vivo para que no se muera, y esto requiere esfuerzo diario. A modo de ejemplo, un deportista si quiere presentarse en las olimpíadas y ganar la copa de oro, debe: practicar todos los días los ejercicios señalados por su entrenador, hacer dieta, dormir determinadas horas, etc. Al hablar de esfuerzo, no se está dando una visión negativa propio de un fracasado. Porque no es una lucha sin sentido, sino por amor, y por tanto, se convierte en gustosa y querida. Con esto no quiero decir que no cueste, pero cuando ambos tienen un mismo objetivo a perseguir, o sea quererse para toda la vida no se dejarán vencer por la primera caída sino que remarán juntos cueste lo que cueste hasta llegar la meta.
Ahora bien, uno se puede preguntar, ¿sucede esto desde el principio, justo cuando parece que se está tocando el cielo?. Para sorpresa de muchos, diría que sí. Imagínense que dieran un viaje por avión, ¿cuándo se dan los momentos de mayor riesgo?. La respuesta es sencilla: en el despegue y en el aterrizaje. Bueno, lo mismo sucede con el matrimonio. Ahora bien, ¿por qué cuesta al comienzo? Acaso uno no está muy ilusionado con la nueva etapa a estrenar. Como iré desarrollando a continuación por más ilusión que uno tenga, juegan diversas variables que no hacen fáciles los primeros años de casados. Como juegan diversas variables no hay una única y exclusiva respuesta. Por consiguiente me voy a detener sólo en algunas causas posibles.
Dos mochilas y un ropero
Para comenzar, observo que es muy gráfico el siguiente ejemplo. Cada cónyuge va al matrimonio con una mochila, donde lleva su personalidad, tradiciones, costumbres, etc. Pero todas estas cosas hay que colocarlas en un ropero pequeño ya que los apartamentos modernos no permiten el lujo de tener un gran armario para llenarlo de cosas. Debido a ello, es imposible mantener intacta cada mochila, sino que la misma requiere ajustes. A qué me refiero con ello, a que juntos los cónyuges tienen que armar un nuevo ropero, donde habrá lugar para aquellas cosas que de común acuerdo observen que sean imprescindibles. Luego, a medida transcurra la vida matrimonial, el ropero se irá ordenando, reacomodando, desechando aquellas cosas que vean que no son tan importantes, o incorporando otras. Esto es fundamental que lo haga cada matrimonio en su intimidad. Lo dicho es todo un reto para una pareja que se dijo un día “te acepto para toda la vida”, lo cual entre otras cosas, implica ceder por amor.
De acuerdo a lo dicho, estamos hablando de dos personas con personalidades, caracteres diferentes que tienen que armonizar para poder alcanzar una convivencia saludable. Por más que tengan personalidades similares, siempre habrá algún punto donde no sean iguales. De lo contrario, o me casaría conmigo mismo o con un clon, ¿no le parece?. Estas diferencias hacen madurar mucho a las personas, por ello es capital conocerse lo mejor posible a uno mismo y al otro. ¿Qué quiero decir con ello? Conocer los puntos fuertes y débiles de cada uno. Aunque es una tarea que no tiene punto final, es fundamental porque ayuda a luchar por mejorar uno mismo y a desidealizar al cónyuge, a quererlo con sus virtudes y defectos. Esto permite anticipar y prevenir posibles conflictos.
Los novios, por otra parte, vienen al matrimonio con tradiciones, costumbres, modos de ver el mundo y vivencias, diferentes. Esto es lógico que suceda, ya que por ejemplo, cada uno proviene de una familia diferente. De todas formas, cada uno asimila y hace propio los estímulos de manera diferente. Lo fundamental, no es imponer, ejemplo las tradiciones, sino que la pareja por medio del diálogo hagan una propia en la que ambos se sientan afín. Esto no es fácil, pero capital, porque sino muchas veces puede ocurrir que pareciera que el matrimonio no lo conformaran dos personas sino la pareja, más los padres de ambos, amigos, etc. y esto complica especialmente la situación cuando llegan los niños. A modo de ejemplo, uno puede estar acostumbrado a que cada uno coma a la hora que quiera, mientras que el otro, a comer a determinadas horas y junto con la familia que acaba de formar. Esto parece una tontería, pero no lo es, muchas veces es causa de discusiones. Estas situaciones empeoran cuando uno de los padres de los cónyuges se meten, y peor cuando los propios cónyuges permiten las intromisiones.
Por último, no quisiera dejar de mencionar que esta etapa se asemeja al piso de una casa. Es decir, el noviazgo vendría a ser el cimiento, luego de los primeros años de casados vendrían las paredes, ventanas, … y los últimos el techo. En pocas palabras, como se vislumbra con toda facilidad, estos primeros años de casados es todo un reto que hay que saberlo aprovechar. Y sí que vale la pena, ¿no le parece?. Pues, entonces, a no perder el tiempo y manos a la obra.
Por: Florencia Beltrán
Bibliografía:
Castillo, Gerardo (2002): Anatomía de una historia de amor. Amor soñado y amor vivido.
EUNSA. Navarra.
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